El Papa Juan Pablo II realizó dos milagros que lo llevaron a los altares de la Iglesia Católica como un santo contemporáneo. La monja francesa Sor Marie Simon-Pierre, que sufría el mal de Parkinson, le rezó al fallecido pontífice beato, quien también padeció esa enfermedad. Fue entonces cuando lo beatificaron. En el 2011, curó a una mujer que padecía aneurisma cerebral y el Papa Francisco lo canonizó en el 2014.
Un testimonio en primera persona
“En junio de 2001, me diagnosticaron la enfermedad de Parkinson. La enfermedad había afectado a toda la parte izquierda del cuerpo, creándome graves dificultades, pues soy zurda (…). En la tarde del 2 de abril, nos reunimos toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, (…) todas juntas escuchamos el anuncio del fallecimiento de S.S. Juan Pablo II; en ese momento, se me cayó el mundo encima, había perdido al amigo que me entendía [pues el Papa sufrió la misma enfermedad] y que me daba la fuerza para seguir adelante. En los días siguientes, tenía la sensación de un vacío enorme, pero también la certeza de su presencia viva. El 13 de mayo, festividad de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunciaba la dispensa especial para iniciar la Causa de Beatificación de S.S. Juan Pablo II. A partir del día siguiente, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas empiezan a pedir mi curación por intercesión de S.S. Juan Pablo II.
Juan XXIII Y Juan Pablo II fueron canonizados por el Papa Francisco el 27 de abril del 2014.
El 1 de junio ya no podía más, luchaba por mantenerme de pie y caminar. El 2, por la tarde, fui a buscar a mi superiora para pedirle si podía dejar el trabajo. Ella me animó a resistir aún un poco más hasta mi vuelta de Lourdes, en agosto, y añadió: ‘S.S. Juan Pablo II no ha dicho aún su última palabra’. Después, la madre superiora me dio una pluma y me dijo que escribiera: ‘Juan Pablo II’. Eran las 5 de la tarde. Con esfuerzo escribí: ‘Juan Pablo II’ (pues el Parkinson produce temblores o rigidez en las extremidades que dificulta su movimiento). Nos quedamos en silencio ante la letra ilegible... después, la jornada continuó como de costumbre. Al terminar la oración de la tarde, a las 9 de la noche, pasé por mi despacho antes de ir a mi habitación. Sentía el deseo de coger la pluma y escribir, algo así como si alguien en mi interior me dijese: ‘Coge la pluma y escribe’... eran las 9:30-9:45 de la noche. Con gran sorpresa vi que la letra era claramente legible: sin comprender nada, me acosté. (…) Me desperté a las 4:30 sorprendida de haber podido dormir y de un salto me levanté de la cama: mi cuerpo ya no estaba insensible, rígido, e interiormente no era la misma. Después, sentí una llamada interior y el fuerte impulso de ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé al oratorio y recé ante el Santísimo. Experimenté una profunda paz y una sensación de bienestar; una experiencia demasiado grande, un misterio difícil de explicar con palabras. A las 6 de la mañana, salí para reunirme con las hermanas en la capilla para un rato de oración, al que siguió la celebración eucarística. Tenía que recorrer cerca de 50 metros y en aquel mismo momento me di cuenta de que, mientras caminaba, mi brazo izquierdo se movía, no permanecía inmóvil junto al cuerpo. Sentía también una ligereza y agilidad física que no sentía desde hacía tiempo. El 7 de junio, como estaba previsto, fui al neurólogo, mi médico desde hacía cuatro años. También él quedó sorprendido al constatar la desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de haber interrumpido el tratamiento desde hacía cinco días. El día después, la superiora general confió a todas nuestras comunidades la acción de gracias y toda la congregación comenzó una novena en acción de gracias a S.S. Juan Pablo II. (…) He vuelto a trabajar normalmente, no tengo dificultad para escribir y conduzco también en recorridos largos. Me parece como si hubiese renacido: una vida nueva, porque nada es igual que antes. Lo que el Señor me ha concedido por intercesión de S.S. Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras, algo muy grande y profundo... pero nada hay imposible para Dios”, relató la monja francesa sobre el milagro que llevó a Juan Pablo II iniciar su camino a la santificación.
La cura de la costarricense Floribeth Mora, que padecía un aneurisma cerebral, se convirtió en el segundo milagro de Juan Pablo II, puesto que según los médicos su recuperación fue inexplicable.
Floribeth Mora ingresó a un hospital con un aneurisma cerebral y luego de unos días el coágulo del cerebro se disolvió sin tratamiento alguno.
El 1 de mayo del 2011, día en que el pontífice polaco fue beatificado, Mora y su familia pidieron de corazón al Papa que sanara su cabeza y disolviera el coágulo de sangre en su cerebro.
El informe oficial de canonización, afirma que la mujer ingresó a un hospital con la enfermedad y luego de unos días el coágulo del cerebro se disolvió sin tratamiento alguno. "Por qué desapareció, pues yo nunca le he encontrado una explicación", dijo Mora.